Es una fábrica, llena de estructuras, hierro, madera, cerámica, carne, hueso, ojos y pensamientos. Caminamos sin cesar, mitad oscuridad, mitad sombra, dando vueltas y quizá pisando nuestras huellas, en un laberinto de mil opciones. Cada ramificación tiene vida, un corazón que late, pero no logramos estar seguros que en este pedazo de maqueta que estamos lo que se escucha es un bombeo orgánico o una máquina que de manera constante se mimetiza en nuestro cuerpo humano, y que al momento nos hace híbridos: mitad animales, mitad engranes, aceite y soldadura.
En el universo de Manuel Miguel, la humanidad es real e incierta a la vez. Sabemos que somos porque recordamos, sin embargo, ¿quién puede asegurar que no es solo un sueño, una narrativa, que bien vieron venir aquellos como Orwell o Bradbury? Sin embargo, la existencia es un juego de voluntad, uno que necesita tiempo y espacio, y que de manera indispensable, cual combustible de un motor, requiere de belleza.
Manuel creció rodeado de naturaleza, en una esfera que hoy en la tierra es frágil. Ese ecosistema, tan abundante y lleno de primor y bienestar no mostraba el resto, la maquinaria que una mente estructurada y genial podía imaginar. Aquella que sabe que lo alto de una montaña no impide ver más allá.
Él construye a través de su excelente talento, universos paralelos que mezclan los entornos en los que ha estado y ponen en cuestión su naturaleza. Nutrido de la sabiduría de la flora, pero sobre todo la fauna, recibe susurros constantes que lo elevan a una visión que supera estilos o estereotipos.
Si bien Miguel es un artista plástico centrado, controlado, de cuando en cuando aquél colibrí que lo acompaña le indica que su mundo paralelo es también real.
Podemos entender los cientos de delimitaciones que quienes definen las corrientes y tendencias artísticas en México podrían encasillarlo. Sin embargo, la fuerza y absolutamente imponente obra de Manuel lo expulsan suavemente de todo estereotipo. Su historia personal lo guía, más no lo define. Él escribe su propia narrativa.
La obra de Manuel se desprende radical de las categorías. Desde el dibujo, que fuera su exploración desde niño y su fiel acompañante en momentos en donde la subsistencia dependía de entregarle su tiempo a otros, pasando a la pintura, la escultura y las monumentales creaciones que hoy son morada, guardianes que cobijan su estadía en la Tierra.
Manuel es un constructor, sí. Pero también es un curioso habitante de sus estructuras, observador de el otro, aprendiz de los elementos, de las experiencias. Cada momento es vivido al máximo y de esa memoria se desprenden sus alargadas, pero contenidas edificaciones.
Miguel respeta con humildad el poder de la naturaleza, y lo homenajea con gran maestría, venciendo sus miedos, rindiéndose ante la majestuosidad de como él la llama, la bestia. Pero, ¿qué o quién es la bestia? Puede ser aquél animal que en un momento de inocencia se impuso y brutal embistió, aquel momento en el que la naturaleza, soberbia, la absorbió para después soltarlo a su antojo, o aquella ciudad de enormes gigantes de concreto que lo hizo pensar en lo maravilloso que se puede construir un sueño.
Manuel es aquél que decide que su mundo es personal, pero que puede compartirlo con quien comprende que la estancia es efímera, pero el legado no.
Los trazos en la pintura de Miguel pueden pareces caprichosos, espontáneos y desordenados, pero no hace falta más que pararse enfrente para entender que son estructuras profundamente organizadas, contenidas, que permiten un desvarío, pero sabiendo que es la cordura la que diseña. Aquellos fondos que rayados muestran los rostros del pensamiento, de su mente y sus guardianes, de sus miedos y su paz, son espejos de belleza real y sublime que muestran la delicadeza del recuerdo, así como la necesidad de un futuro de existencia y permanencia. Cada lienzo es un pedazo de su historia, muestra cada aprendizaje, cada prueba, y con absoluta soltura un trazo que pareciera inocente o infantil es un plano, parte de ese plan maestro que un constructor siempre tiene. Es la calle, el concreto, el ruido y el vidrio, así como el rocío, la lluvia y la introspección. Manuel absorbe, resuelve y devuelve con nuevas vidas.
Al paso del constructor, del plano ocurre la transición a la estructura, siendo sus esculturas fantásticas exploraciones de cuerpo y alma, orgánica y mecánica, que develan esa sospecha de un mundo ex machina, sincronizado y coordinado. Cada pedazo es diseñado con precisión, perfecto para embonar en cada engrane, cada articulación de la figura, del objeto, del ser.
Sí, no sabemos qué es robótico y que no, pero esa constante inquietud devora la lógica o quizá el conocimiento establecido, lo desafía, para lograr entender. Así la magia y la ciencia, como el arte, que responde constantemente las preguntas que más angustian al ser humano.
Todo lo que empezó como sueño, es la tangible realidad. Solo es cuestión de paciencia, experimentación, comprobación, construir y deconstruir, para alcanzar ese murmullo que crea, esa fantasía de algunos que hoy es verdad para todos. Manuel ya lo entendió.