Los afelpados de Adela Goldbard fueron las piezas que más se quedaron grabadas en mi mente después de ver la reciente exposición Heritage/Patrimonio, curada por la austriaca Gudrun Wallenböck y que se presentó en la Galería Enrique Guerrero de la Ciudad de México. Casualmente, fue la última exposición que vi antes de iniciar un encierro voluntario ante las amenazas de la pandemia del coronavirus, y desde casa no he dejado de recordarla.
He seguido el trabajo de Adela y visto su evolución desde hace varios años. Sus piezas siempre me motivan a seguir pensando, pues como una punzada, provocan una experiencia que difícilmente puedo resolver en la primera mirada.
Estos afelpados hechos a partir de la recreación de imágenes de prensa sobre eventos que ocurrieron en Asunción Nochixtlán, Oaxaca, en 2016, son piezas que confrontan al espectador contradictoriamente, desde la elegancia del tejido en contraposición a la dureza de los materiales mismos. Pareciera que en los textiles se desdibujan las escenas violentas y en ellos se desintegran las fotografías que de por sí ya eran frágiles. Al mismo tiempo, la robusta lana incrustada en marañas profundas, hace más permanentes las imágenes.
Las piezas fueron elaboradas a partir de la traducción de fotografías y de stills de video obtenidas de imágenes publicadas en relación a lo ocurrido el 19 de junio de 2016, en donde con prácticas violentas, la Policía Federal actuó en contra de padres y maestros que protestaban sobre reformas educativas en su municipio. Explica la artista que “la yuxtaposición de una estética fotorrealista con las texturas, el calor y el volumen propios del afelpado y la lana permiten aproximarse a los sucesos retratados desde una sensorialidad distinta.” Una textura que abraza y raspa al mismo tiempo, a mi entender, y que exige al espectador contemplar desde la distancia mientras sus manos se urgen por tocar la superficie.
Con una tradición establecida en el arte oaxaqueño y recuperada desde hace una década por el Centro de las Artes de San Agustín Etla, la técnica del afelpado consiste en introducir fibras naturales de lana teñida, sobre una superficie a través de agujas, con lo que pueden crearse imágenes y diseños de gran riqueza en volumen y textura. A diferencia de las ejecuciones más tradicionales que destacan por sus diseños abstractos, las piezas de Goldbard se enclavan en la misma búsqueda que lleva en su carrera artística desde hace varios años al explorar cómo las imágenes pueden evidenciar eventos violentos y de injusticia. En esta ocasión, puntualmente, su investigación se hace más poderosa pues de la imagen impresa de las noticias, de un evento en donde la fuerza y violencia de la policía usadas en contra de un grupo vulnerable, se muestran desde una técnica de trabajo que es también fuerte y violenta. “Me interesa explorar la violencia desde la violencia” dice la artista, “generar artefactos para la recuperación y reinterpretación de la memoria social disidente, de la protesta social y de la violencia de Estado a partir de una reflexión sobre las narrativas oficiales y las políticas de la memoria.”
El gesto crítico que también es evidente en estos afelpados, se encuentra en que a diferencia de muchos otros productos de la misma técnica o inclusive de la tradición del arte textil, los realizados por Goldbard – en colaboración con la maestra artesana Marcela Ortega – no son lienzos hechos para decorar. De alguna forma me recuerdan a los gobelinos franceses del siglo XVII, que sirvieron para recordar episodios históricos de gran envergadura. Solo que esos también eran decorativos, es más, eran heroicos. Pero la audacia de la visión de esta artista mexicana, ha convertido estas viñetas históricas en osadas imágenes épicas para cuestionar tanto las acciones del Estado como las imágenes noticiosas.
Si las imágenes de prensa están hechas para informar de manera inmediata y tienen una duración corta, estos afelpados alargan su vida y las hacen permanentes. Aquello que ha explotado, lo que se ha quemado y dejado de existir se hace más evidente en este homenaje que es al mismo tiempo un acto de justicia tanto como una celebración a la herencia de las artes oaxaqueñas.
Pienso en estos momentos en lo que está hecho para permanecer, me inclino a creer que el arte tiene una función importante, dejar una impronta de lo que en momentos es invisible, o de lo que resulta eventual o contingente en función de la gran historia del mundo. ¿qué es lo que queremos recordar y cómo? Ahorita, más que nunca, necesitamos estrategias de inmortalidad.