En la península de Yucatán, donde estaba la ciudad maya T ‘Hó, y a más de 1,300 kilómetros de la Ciudad de México, se localiza Mérida, urbe cuya construcción se originó en 1542 con la llegada de los españoles, quienes con las mismas piedras que ya habían sido cortadas y labradas por los mayas, construyeron nuevas edificaciones. Mérida destaca por la arquitectura colonial de los siglos XVII y XVIII, así como por una más afrancesada que se llevó a cabo entre los siglos XIX y XX, sobre todo en Paseo de Montejo. Además, Mérida cuenta con una ubicación que la acerca a extraordinarios paraísos naturales y zonas arqueológicas que nos recuerdan las raíces de esta tierra.
Aquí, donde al sol se le siente más cerca, se vivió una época de esplendor. Se construyeron grandes mansiones y haciendas, y se edificó la primera catedral de México. Fue en este territorio maya que se vivió el mayor auge, pues llegó rápidamente la electricidad y circularon los tranvías mucho antes que en otros lugares. En este suelo donde brota el agua, tierra del henequén, donde se portan con clase las guayaberas, se vive con calma y se duerme en hamacas. Una ciudad que cosecha el alimento de los dioses y con el que se hacen maravillas culinarias para los amantes de la gastronomía.
La verdad, no había escuchado mucho sobre Mérida y no sabía qué esperar. Mi recorrido comienza en Paseo de Montejo, avenida de gran importancia que denota el auge del Porfiriato. Al estar rodeada de impresionantes mansiones es fácil imaginar que estoy en territorio francés. Aquí vivieron acaudalados hacendados que hicieron su fortuna a base del llamado oro verde: henequeneros que se asentaron en en ella que recorre gran parte de la llamada “ciudad blanca”. Hay quienes dicen que fue llamada así por el material con el que se pintó la ciudad, otros que se debe a la limpieza de ésta. Pero el origen es mucho más crudo: una ciudad sólo para blancos. Según el historiador Michel Antochiw Kopla, los Montejo, conquistadores de Yucatán y fundadores de Mérida, querían evitar cualquier clase de rebeldía de los indígenas y por ello se aislaron en una ciudad que era sólo para blancos.
Con el sol golpeando con fuerza cada parte de la piel que llevo descubierta, pienso que tal detalle histórico no debería sorprendernos puesto que la historia de nuestro país es una de guerra, de enfrentamientos entre colonizadores e indígenas, entre invasores y locales que defendían su territorio. Cual sea que fuera el origen de la “ciudad blanca”, Mérida hoy es una ciudad que combina culturas y ofrece una gran experiencia al visitante, debido a que se trata de un lugar en el que el mestizaje fue inevitable. Alrededor de un tercio de la población habla el maya yucateco.
Paseo Montejo, eje principal de Mérida
Continúo el recorrido sobre Paseo de Montejo y con cada paso me acerco a otra hermosa casona que refleja el esplendor y el recuerdo de lo que alguna vez fue. Muchas de estas enormes casas que han sido abandonadas o convertidas en hoteles, restaurantes o galerías nos recuerdan el deseo de hacer de esta ciudad y, alguna vez a la nación entera, una más al estilo francés. Aquí destacan importantes mansiones como la Casa El Minarete construida en 1908 por el Dr. Álvaro Medina Ayora. La fachada de arquitectura neoclásica contrasta con las columnas de estilo jónicas del pórtico y el mirador de influencia morisca. La Casa Vales, finalizada en 1908, también es un claro ejemplo del estilo neoclásico. La Casa Peón de Regil, considerada una de las de mayor importancia sobre Territorio maya, tierra de henequén el paseo, destaca por la fachada de piedra labrada. Las Casas Gemelas, dos construcciones muy similares, cuentan con finos acabados, tanto en la herrería de sus balcones como en sus altorrelieves. Su construcción estuvo a cargo de Manuel Cantón y pertenecieron a los hermanos Cámara Zavala, quienes trajeron los planos desde Francia para garantizar el diseño. La Quinta Montes Molina de finales del siglo XX es otro ejemplo de la prosperidad que se vivió en la tierra del henequén. Hoy es posible visitarla, pues funciona como casa museo y ofrece visitas guiadas. En su interior se observan muebles europeos, piezas de art decó, antigüedades y pisos de mármol. Vale la pena hacer una parada ya que es la única casa de la época que se conserva en su estado original y que se puede visitar.
Sobre este gran boulevard también se encuentra el Palacio Cantón que fuera residencia del Gral. Francisco Cantón Rosado, quien luchó contra los mayas y fue gobernador de Yucatán entre 1898 y 1902. Actualmente, alberga el Museo Regional de Antropología, el cual tiene una importante colección sobre la cultura maya yucateca y exposiciones temporales.
Paseo de Montejo destaca también por las glorietas que la conforman. En una de ellas se encuentra el Monumento a la Patria, obra del escultor colombiano Rómulo Rozo. Esta construcción semicircular esculpida en piedra muestra distintos aspectos de la historia mexicana y en ella se puede apreciar una serpiente devorada por un águila, una ceiba y personajes que hacen alusión a la conquista y la colonia: una mujer mestiza, una casa de paja rodeada de jaguares, caracoles, chacmoles y otros símbolos mayas.
Después de ser testigo del auge del Porfiriato, decido explorar el Centro Histórico de Mérida, el segundo más grande del país. Desde la Plaza Grande se observa el Palacio de Gobierno, originalmente construido como casa de los gobernadores de Yucatán. En el interior, 27 pinturas de Fernando Castro Pacheco explican la historia del estado. Para escapar un rato de los rayos del sol, el Museo MACAY es una excelente opción. Este el único museo de arte moderno contemporáneo en la península de Yucatán. Cuenta con 15 salas de exposiciones temporales, dos galerías y cuatro salas permanentes en donde se exhibe el trabajo de los artistas yucatecos Fernando Castro Pacheco, Gabriel Ramírez Aznar y Fernando García Ponce.
A un costado se encuentra la Catedral de San Ildefonso, la más antigua del país y la segunda en ser construida de toda América. Su fachada es de estilo renacentista y cuenta con dos torres que superan los 40 metros de altura. Merece la pena verla al caer el sol, pues las luces que la iluminan permiten apreciar los detalles de la edificación. En el otro extremo se encuentra Casa de Montejo, construida en la segunda mitad del siglo XVI como residencia para los conquistadores de Yucatán, Francisco de Montejo, padre, hijo y sobrino. Actualmente, este recinto del arte plateresco es un museo. Otros que se pueden visitar son el Museo de la Ciudad de Mérida, el Gran Museo del Mundo Maya y el Museo de Historia Natural.
A tres calles de la catedral se encuentra el parque de Santa Lucía, cuya fundación se remonta al origen mismo de la ciudad cuando fue destinado a los mulatos y negros que estaban al servicio de los españoles. Ese pasado oscuro ha quedado atrás y ahora es un lugar agradable en el que se reúnen músicos y compositores de la famosa trova yucateca. También se aprecian bailes regionales como la jarana. Para conocer más sobre la música de Yucatán está el Museo de la Canción Yucateca que tiene como fin “rescatar, preservar, promover y difundir la canción yucateca”.
Arte y diseño por todos lados
Para encontrar propuestas interesantes en cuanto a diseño y arte, Casa T’hó en Paseo de Montejo es una gran opción. En los barrios de Santiago y Santa Ana también hay galerías de arte que vale la pena visitar. Para comprar artesanías los lugares ideales son el Bazar de artesanías García Rejón y los domingos en el Parque de las Américas, donde también se vende comida típica.
Por supuesto, la gastronomía es uno de los máximos atractivos. No es posible irse de aquí sin haber comido una marquesita en la calle. Mérida ofrece una de las cocinas más completas e interesantes del país. Panuchos, salbutes, cochinita pibil, queso relleno, papadzules, sopa de lima, huevos motuleños, pescado a la Tikin Xic, Poc Chuc, e incluso la bebida Xtabentún –licor fermentado a base de la flor de este nombre– son sólo algunas de las delicias que ofrece la cocina yucateca. Para antojitos y platillos típicos el Mercado Lucas de Gálvez es una excelente opción y una visita obligada, así como el Mercado de Santa Ana. Algunos de los restaurantes que destacan y vale la pena visitar son La Chaya Maya, Nectar, Kuuk, Los Almendros y Hacienda Teya, este último localizado en una hacienda fundada en 1683 y que se convirtió durante el siglo XX en una de las haciendas henequeneras más importantes del estado.
En los alrededores de la ciudad hay otras haciendas que se pueden visitar. Algunas tienen restaurante y otras han sido convertidas en hoteles. Hacienda Xcanantún cuenta con 18 habitaciones –algunas de ellas tienen jacuzzi al aire libre–, Hacienda Temozón se localiza en una edificación del siglo XVI, Hacienda Santa Rosa fue construida en el siglo XVII y cerca de Chichén Itzá está la Hacienda San José Cholul.
Ruta arqueológica
Una vez en Mérida es fácil sentirse atraído para explorar los alrededores. Después de apreciar la arquitectura colonial, me parece necesario admirar los vestigios de aquellos que una vez reinaron aquí. Así que tomo el camino en dirección a Cancún y a poco más de 100 kilómetros llego a la zona arqueológica de Chichén Itzá. Apreciar estos recintos es ya una maravilla, sin embargo, recomiendo tomar una visita guiada para conocer más sobre la historia. A poco más de 60 kilómetros hacia el sur se localiza Uxmal, donde sorprende la pirámide del Adivino con bordes redondeados.
Más cerca de Mérida se encuentra Dzibilchaltún que destaca por el templo de las Siete Muñecas y en el que durante el equinoccio se aprecia el sol a través de las puertas Este y Oeste. Además, aquí se localiza el cenote Xlacah, el cual supera los 40 metros de profundidad, ideal para refrescarse y disminuir la temperatura corporal. Parte del encanto de Yucatán se encuentra en la belleza de los cenotes, estas dolinas cubiertas de agua que los mayas consideraban una ventana hacia el inframundo y, por lo tanto, un lugar en donde nace la vida. Algunos de los más cercanos a Mérida son el son el de San Ignacio, el X batún, y el de Chelentún. A pocos kilometros de Chinchén Itzá están los de Ik Kil y el de Yokdzonot.
Otra opción es trasladarse aproximadamente 65 kilómetros para visitar Izamal, una ciudad que cuenta con pirámides mayas y un convento franciscano que tiene un atrio bastante amplio. A 95 kilómetros, los manglares se tiñen de rosa por la población de flamencos que habitan en Celestún, un escenario digno de contemplar. A 110 kilómetros de Mérida se localizan las grutas de Loltún, famosas por sus pinturas rupestres y herramientas mayas.
Mérida, ciudad que enamora
Antes de retornar a la caótica Ciudad de México recorro Paseo de Montejo en dirección al puerto de Progreso. Mientras avanzo, veo a la ciudad una última vez, iluminada bajo los rayos del sol. Cuando llegué no sabía qué esperar de este lugar, e incluso ahora encuentro difícil explicarlo y descifrarlo. Lo que sí puedo decir es que considero injusto que se siga refiriendo a ella como la “ciudad blanca”, dado su origen funesto. Mérida es habitada por personas que son el resultado del mestizaje. Es una ciudad que al igual que construye estatuas de los Montejo, levanta un monumento a Gonzálo Guerrero, marino español que peleó al lado de los indígenas, llamado el “Renegado de los españoles” o “el padre del mestizaje”, y que murió luchando. Mérida habla español pero pronuncia el maya con fuerza. Es una ciudad de herencia indígena que fue colonia española y que vive rodeada de zonas arqueológicas y cuencas en las que nace el agua. Desde el puerto de Progreso contemplo cómo anochece en este lugar de gente pacífica que se mueve como lo dicta el sol. Ya sólo hay espacio en el cielo para las estrellas. En la oscuridad me despido de Mérida, esperando regresar algún día y contemplarla una vez más.