mujer cae sobre un coche
Robert C. Wiles, The Most Beautiful Suiicide of Evelyn McHale, 1947.

En el año de 1983, una mujer, considerada por sí misma y por las personas más allegadas a ella como una persona relativamente feliz, en medio de una acalorada discusión con su marido, pegó un brinco por el balcón de su casa en Coyoacán. Dos días más tarde, cuando despertó del coma inducido por la gravedad de los traumas que sufrió al impactar su cuerpo contra el duro asfalto de la calle del Porvenir, su marido, envuelto en una visible batalla entre una tristeza monumental y una furia contenida, le preguntó con lágrimas de desesperación que por qué había saltado, que por qué se había querido matar. Al fin y al cabo, la discusión no había sido grave. Subió de tono, cierto, pero no era como para acabar con su vida. Ella tardó unos minutos en contestar, y finalmente dijo que su intención no había sido matarse, sino escapar, llegar sana y salva a la calle y alejarse de su casa porque no le apetecía discutir en ese momento. Cuando su marido, cada vez más incrédulo (pero igual de desesperado) le preguntó por qué no había usado la puerta, que al fin y al cabo para eso se habían inventado las puertas desde que el ser humano salió de la vida de las cavernas, ella respondió que necesitaba escapar de ahí lo más pronto posible y no le daba tiempo de abrir la puerta, mucho menos de bajar las escaleras y encima, abrir el portón de entrada que siempre está cerrada y hay que abrirla con llave (lo que implica perder el tiempo también en buscarla). El marido quedó absolutamente desconcertado con esta respuesta, y le dijo, con ojos como platos y una genuina y atónita pesadumbre, que podría regresar a casa siempre y cuando mandaran poner barrotes en la ventana con el herrero y ella estuviera de acuerdo en tomar unas sesiones de terapia con un psiquiatra de renombre.

Escapar es alejarse -casi siempre de manera precipitada- de algún sitio, persona, animal o circunstancia por diferentes motivos. Juzgando desde mi experiencia, las personas más propensas a realizar un escape (exceptuando los escapes de, por ejemplo, una prisión, que son motivados generalmente por la obtención de la libertad), son las personas con miedo. He sabido de personas que salen huyendo despavoridas de una relación por miedo a que la otra persona los lastime, y he sabido de otras personas que huyen despavoridas cuando son perseguidos por una jauría de perros salvajes por miedo a ser devoradas. Sin embargo, cuando supe del incidente de la mujer suicida en Coyoacán, supe de inmediato que ella no había querido escapar por miedo, sino por agobio y aburrimiento. No me extrañó pensar en que alguna persona quisiera huir de situaciones aburridas y agobiantes (como discusiones subidas de tono), me extrañó que solemos no tenerlo consciente. Una de las sensaciones más irritantes e innecesarias es la sensación de estar perdiendo el tiempo. ¿Por qué no huir de ella como la señora de Coyoacán? Quizás no brincamos del balcón, pero ¿cuántas veces no hemos escapado, por lo menos en nuestra imaginación, a lugares mejores mientras alguien nos habla de algo que no nos interesa mientras transcurren minutos aparentemente interminables, o de plano escapar de una junta, escuela o museo por mero agobio o aburrimiento? ¿Cuántas veces no hemos pedido comida a domicilio sólo por el tedio que nos da pensar en el tiempo que gastaríamos cocinando sopa de fideo y milanesas? Al final, la huida más espléndida termina siendo aquella que se hace por miedo, sí, pero miedo a perder el tiempo.

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María Muñoz (Ciudad de México, 1988) es comunicóloga por la Universidad Iberoamericana. Se especializó en Periodismo y Teatro, pero no se dedica a nada de eso. Desde que descubrió la curaduría ha llevado a cabo alrededor de 26 exposiciones de diferentes artistas, chicos, grandes, conocidos y desconocidos. Actualmente estudia una maestría en apreciación literaria, para ver si eso le ayuda a narrar sus crónicas de la Ciudad de México.

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