Es bien sabido que existen en la Ciudad de México colonias con estigmas o notoriedad de algún tipo, famosas por algo, infames por otras. Por ejemplo, la colonia Polanco es famosa por la ostentosidad de las tiendas en Avenida Masaryk y por ser de las únicas colonias en toda la Ciudad que cuenta con botes de basura en las esquinas. La colonia Roma es célebre por la película homónima y por heladerías con sabores como menta-mezcal, que hicieron cerrar la Bella Italia. La Condesa tiene la reputación de ser muy verde y linda e incidentemente ser una en donde se habla más el inglés que el español.
A un lado de estas dos últimas, se encuentra una de las más viejas de la Ciudad de México: la Doctores. Siendo una de las primeras colonias de la Ciudad, también ha forjado a través de los años una notable reputación, aunque esta nada tiene que ver con el circuito Amsterdam y los perritos que la recorren, sino con el robo y el asalto, prácticas comunes en el triángulo del menoscabo que forman las colonias aledañas a la zona (las renombradas Buenos Aires y Obrera). Aunque pareciera que la fama de la Doctores no le juega bien a su favor, quisiera decir que quien quiera llamarse un ciudadano genuino de la Ciudad de México debe no solamente de visitar esta colonia (y muchas otras, por cierto), sino inmiscuirse en ella, adentrarse en los más recónditos callejones, hacer a un lado la basura del piso y deslizarse como pez en el agua por Doctor Garciadiego, Doctor Erazo, Doctor Jiménez y demás eminencias de la medicina, para darse cuenta de la riqueza de su historia y habitantes. Para este efecto, y para el ciudadano temeroso, he diseñado una serie de recomendaciones para reavivar el espíritu intrépido que vive en todos nosotros.
Antes de viajar a la Colonia Doctores, se debe dominar la jerga propia del lugar, que es una mezcla entre el acento pachuco y el de El Jaibo, personaje antagónico de la cinta Los Olvidados, de Luis Buñuel. Es bien sabido que el que pueda hablar esta jerga para comunicarse con los vecinos tiene menos riesgo de ser apuñalado que quien llega hablando como recién salido de la Ibero. Es recomendable también nunca parecer que uno está perdido (aunque lo esté): recordemos que un paso decidido inspira respeto y admiración. Si se va a utilizar el metro (medio de transporte más recomendado por esta autora para recorrer la Ciudad o la mayor parte de ella), se debe procurar siempre bajar del lado de la Avenida Niños Héroes, que es también el nombre de la estación de Metro, para evitar a las pandillas que día con día se colocan ahí para buscar víctimas.
Para pasar el día en la Doctores, es aconsejable contar con un guía local que pueda mostrarnos los sitios de interés, que no son pocos y son magníficos, con el que podamos recorrer las calles sin perdernos y que mitigue hacia los vecinos la amenaza que representamos al ser ‘de fuera’. Entre estos sitios imperdibles al visitante están el Bar Sella, donde se puede pasar uno la tarde entera y buena parte de la noche comiendo la mejor patata española y chorizo a la sidra de la Ciudad de México; el Museo del juguete, que a través de su colección nos cuenta la historia de miles de niños mexicanos (tienen toda la colección de hielocos); el merendero Biarritz, cuyos tamales y caldos de gallina son dignos de ganar cualquier concurso culinario y en cuyas mesas de formaica amarillas comparten la merienda cientos de doctorenses al año; la embrujadísima Posada del Sol, al que no recomiendo para nada entrar, especialmente durante la noche, pero en donde se puede apreciar una de las arquitecturas más ricas y exquisitas de la Ciudad; o el Mercado Hidalgo, donde uno encuentra absolutamente todo lo que busca, desde artículos de electricidad y plomería hasta jugos de piña con nopal… la lista es infinita.
Al regresar a nuestra colonia de origen después de haber pasado el día en la Doctores, nos daremos cuenta de que la riqueza histórica de la Ciudad de México está, también, en la Doctores, la Obrera, la Buenos Aires y la Algarín, en Tepito, en la Nonoalco Tlatelolco, la Tabacalera, Santa María la Ribera o San Juan de Aragón, a donde no llegamos todavía porque no ha llegado del todo la gentrificación.
Al final, el viajero se dará cuenta de que en la Ciudad de México, no todos los caminos llevan a la Roma.