Descubrí que vivía sin imágenes mentales en la secundaria. Un día noté que mi hermana podía imaginar lo que leía de un libro y yo no. Me pregunté si era algo normal e indagando noté que todos mis amigos hacían lo mismo. Yo, en cambio, cuando leo una historia no “veo” a los personajes, ni las acciones en mi mente. Sólo conservo la información. Sabía que era diferente pero no hallaba datos sobre ello, nadie me podía explicar qué era y lo acepté como tal.

Fue hasta el 2015 que encontré, casi por accidente, un artículo escrito por James Gallager en la página BBC News Website llamada Aphantasia: A life without mental images. En este artículo no sólo mostraban casos similares al mío sino que por primera vez supe que tenía nombre: afantasía. El texto indicaba que es una condición neurológica en la que no se puede crear imágenes mentales. Así mismo informaban sobre un estudio en proceso que realizaba el Profesor de Neurología Cognitiva y Conductual, Adam Zeman, de la Universidad de Exeter, quien acuñó el término. Interesado en saber más sobre esta condición me comuniqué con la Universidad de Exeter explicando quién era, mi profesión (escritor, cineasta y dibujante de pasatiempo) y por medio de correos electrónicos me mandaron varios cuestionarios para ver mi nivel o estado de afantasía. Me contaron que sólo el 2% de la población mundial tiene afantasía pero lo que más les sorprendía fue descubrir que existe gente, como yo, que se dedica a las artes. Se pensaba que el proceso creativo estaba ligado directamente con una imaginación real¸ por así decirlo. O sea, “ver” mentalmente. Pero no, los que lo padecemos tenemos una mente ciega y debemos de adaptarnos a ella para desenvolvernos.

Por ejemplo, en mi caso, no puedo hacer cálculos mentales por lo que soy muy malo en las matemáticas. Al estar con alguien, en el momento en que cierro los ojos su rostro desaparece. Lo he olvidado por completo por lo que no puedo reconocer a las personas. Tengo que ver a alguien un mínimo de tres veces para conservar la información básica de quiénes o cómo son para poder reconocerlos una tercera vez. Si paso mucho tiempo sin verlos y su fisonomía ha cambiado drásticamente, como el uso de barba, un nuevo par de anteojos o ya tienen canas, me es casi imposible reconocerlos y eso provoca molestias en mis conocidos. Creen que soy grosero porque no los saludo en la calle sin siquiera un ademán de cortesía. Pero no es arrogancia, es sólo que la información que yo tengo ya es obsoleta y no he podido actualizarla. Otra cosa interesante es que mis personajes literarios les fabrico una personalidad tridimensional (fisiológica, sociológica, psicológica), en mi mente no poseen rostro por lo que narro descripciones muy generales o tengo que recurrir constantemente a su perfil creado para tener una lógica en las acciones de mi historia. Mi literatura, por lo mismo es muy sensorial. Mis relatos se basan en las emociones, las sensaciones, más allá de las acciones con descripciones físicas. Una ausencia enorme de detalles ya sea de decoración, paisajes o fisonomías. Mis personajes viven la historia, la realizan pero son las emociones cargadas en la narración las que provocan, graciosamente, imágenes en el espectador cuando yo mismo no puedo tenerlas. Y digo “graciosamente” porque me parece divertido. Al hacer un casting para una película, es mi socio, José Juan Núñez, quien debe elegir a los actores que se parezcan al personaje que él sí logró imaginar. Yo, como director califico la actuación y decido quién es el más idóneo.

Vivir con afantasía no es duro, sólo es diferente. Y la gente me toma por mamón, fuera de eso me las he apañado muy bien.

Storyboard de película en proceso

Por último, menciono que en el 2018, en Glasgow, Escocia, el equipo del Prof. Adam Zeman realizó una serie de conferencias sobre el tema con una exposición de obras de artistas con afantasía para mostrar de ejemplo. Igualmente el Colegio de Medicina y Salud de la Universidad de Exeter, publicó el libro Extreme Imagination. Inside the mind´s eye, resultado de esta acción. Es mi orgullo decir que fui tomado como objeto de estudio, mencionado en la lectura con la exhibición de una página de mis dibujos para un storyboard de una película que aún no hemos hecho pero que está en proceso.

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Alejandro Hernández Murillo, firma usualmente como Murillo. Crecido y educado en Nanchital, Veracruz, actualmente pueblo fantasmas, es un ávido espectador del cine de terror y buscador de joyas literarias extrañas. Como escritor tiene las novelas “K”, “Sin temor a Fukushima”, “El Código de Pandora” y cuentos varios. En el 2017 ganó el premio a la mejor película experimental en Londres con su cinta “Kanssizi”; en este momento trabaja en su cuarto largometraje “Limbatus” y espera estrenarlo en festivales tan pronto se acabe esta pandemia.

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